Sinopsis
En 1990, estalla
la guerra en una provincia georgiana que busca la independencia. Ivo, un
estonio, decide quedarse, a diferencia del resto de sus compatriotas, para
ayudar a su amigo Margus con la cosecha de mandarinas. Al comenzar el
conflicto, dos soldados resultan heridos delante de su casa, e Ivo se ve
obligado a cuidar de ellos
Ficha Técnica
Título original:
Mandariinid (Tangerines)
Año: 2013
Duración: 83
min.
País: Estonia,
Georgia
Género: Drama,
bélico
Director y
guión: Zaza Urushadze
Reparto: Lembit
Ulfsak, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi, Elmo Nüganen, Raivo Trass
Música: Niaz
Diasamidze
Fotografía: Rein
Kotov
Crítica
La autonomía de la
República de Abjasia ha estado siempre en entredicho por los países que la
reclaman para sí, en una disputa territorial que parece no tener fin y que se
remonta al siglo XI, casi tan antigua como la que se mantiene por otra zona de
conflicto tristemente célebre como es Kosovo. Los rusos la consideran
independiente, y los georgianos una república autónoma que les pertenece. Y sin
aparente voz ni voto, en medio de toda esta trifulca, está el pueblo estonio,
que lleva dos siglos asentado en el lugar.
“Mandarinas” pone sobre
la mesa este conflicto poco mediatizado trasladando la trama hasta comienzos de
los 90, justo cuando las milicias pro-rusas eran atacadas por el ejército
georgiano. Y lo hace desde la modestia más absoluta, a través de la historia de
un carpintero estonio que ayuda a su vecino con su cosecha de mandarinas antes
de que la guerra les alcance.
La propuesta del
cineasta de origen georgiano Zaza Urushadze podría recordar a la que Danis
Tanovic nos ofreciera en la imprescindible ganadora del Oscar “En tierra de
nadie”, pero convirtiendo una simple cabaña en un escenario libre de cualquier
tipo de hostilidad, en una especie de escenario pacifista donde conciliar las
posturas de chechenos y georgianos.
“Mandarinas” se
beneficia de su intimismo y cierto halo poético que no desentona en absoluto
con el crudo marco en el que se desarrolla, sin caer en ningún momento en la
lágrima ni el discurso facilones. Y en ningún momento centra sus miras en
ningún bando, no se posiciona. Porque su discurso va más allá de cualquier bandera,
religión o ideología política. Es una cinta tremendamente humanista que aboga
por tratar la guerra como una pelea entre hermanos sentados a una mesa
dialogando, como una lucha fratricida en la que todos somos iguales. Es, como la
denomina uno de sus personajes, La guerra de los cítricos. Da igual a qué
nación defienda cada bando, sólo son hombres luchando por la tierra en la que
crecen las mandarinas.
Una película tan
pequeña como necesaria, contada con serenidad y sin prisas pese a su reducido
metraje, que consigue una potencia y un impacto en el espectador que ya
quisieran para sí otros productos más grandilocuentes. Un canto contra la
guerra que también se beneficia de un guión sin fisuras y de un reparto
totalmente acertado, destacando a su protagonista Lembit Ulfsak, y que merece
todos y cada uno de los galardones que se le ha concedido. Y los que le quede
por recibir.
NOTA:
8 sobre 10
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